Los paseos cortos en la noche se hacen eternos en las calles desiertas; cuando digo adiós a la hermosa luz me convierto en una persona sin funciones vitales, que vaga en busca de una flor cuyos pétalos hayan sobrevivido al viento y al capricho de la ausencia, que no cesa de marchitar esperanzas.
Las estrellas se han perdido en un nuevo y eterno parpadeo; una corriente de electrones, como un rayo, sustituye a la sangre en su fluir por mis venas, sin necesitar el empuje del corazón ni la resistencia en las arterias; y mi carne se inunda tintándose de un rojo con tendencia oscura, como el cielo en esta noche.
Todavía sigo esperando mi muerte cerebral, hace tiempo que perdí la alegría del corazón en su latir, de él sólo quedan conexiones entre arterias y venas, y entre irrealidad y odio. Ya no hay cordura en este planeta, escucha voces del universo que le inspiran al suicidio, aunque nos prometió un último aliento hoy, en la febril locura de un adiós devastador.
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