En ese mundo me encontraba yo, tumbada de espaldas a un árbol, intentando refrescar mis ideas, que habían quedado petrificadas durante mi larga estancia en la realidad.
Ese mundo no es el mundo de mis sueños, ni el de mis pesadillas, pero tampoco el de mis despertares o mis noches en vela. Es el mundo de los libros, el de los mil paisajes y los mil cielos; un mundo que he recorrido desde edad temprana en mis inicios en las bodas de consonantes y vocales; un mundo que he reconstruido con ayuda de numerosos escritores, en el que hay un trocito de las ideas de cada uno, construido de fragmentos de amor, tristeza, alegría, felicidad, y todos los sentimientos surgidos en mis largas horas, digo días, digo meses, digo años, de mi corta vida dedicados a la lectura.
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