¿Sería que el resto de personas le odiaban?, ¿o acaso era la vida misma? Cómo le había obligado a ser fuerte, a limpiarse las lágrimas en las mangas de la camiseta y ocultar la rojez de los ojos mirando hacia el suelo. Nadie le había consolado, y aquella minoría que intentó darle algo de calor había ido desapareciendo como el humo a medida que crecía.
Todos deseábamos ser mayores, porque ser un niño parecía poca cosa, no era suficiente. Y ésta pequeña personita temía el día en que ya fuera mayor, le temía a la vida, y a todo lo que estuviera por venir, tan sólo quería vivir en un mundo más feliz. Eso también lo decíamos nosotros, sin darnos cuenta de que la felicidad estaba ahí, junto a nosotros, aglomerándose en todos los rincones de nuestras cálidas habitaciones y faltando junto a quienes más la necesitaban.
Un día entre muchos, perdido en la calle, oyó risas, y acercándose descubrió niños cual títeres grotescos, torturaban una vida, pobre animal haber caído en esas pequeñas pero crueles manos. Ese, un amigo fiel, que siguiéndole cada mañana hacia uno de sus últimos hogares le había ayudado a conocer lo que era la amistad, ahora yacía en el suelo herido. ¿Qué hacer?, esa era la pregunta, quieto y rígido ante la escena y una vez despejado el lugar sólo supo tumbarse junto a su pequeño amiguito y ofrecerle unas últimas caricias.
¿Sería culpa suya?, la rebeldía no había sido una de sus características, ¿pero era necesaria ante las circunstancias?
Tan solo quería ser feliz.
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